Somos energía

El avance de la ciencia ha demostrado que en verdad la materia, así como la conocemos desde la Física, no existe. Es decir, a través de microscopios cada vez más poderosos pudieron ir más allá del átomo a las partículas subatómicas, y cuando siguieron profundizando encontraron que más allá sólo había… espacio vacío. Entonces, ¿cómo es posible que percibamos la materia como sólida? Esto se da porque la velocidad de movimiento de esa energía hace que tengan apariencia de solidez. Imaginemos por un momento un tornado, que gira a gran velocidad. Si un auto supongamos a 150 Km/h quisiera de repente atravesarlo, ¿qué pasaría? Lo mismo que si chocara contra una pared. Esto es así porque la energía del aire girando a altísima velocidad hace que el efecto sea el de la solidez de un muro. Así, cada objeto, cada cosa que vemos en el mundo material, incluso nuestro propio cuerpo, no es más que energía girando a nivel subatómico a distintos niveles de frecuencia. ¿Para qué nos sirve esta información? Para saber que nos afectan las energías, las vibraciones nuestras y de los demás. Cada emoción tiene una frecuencia vibratoria asociada. Así, las emociones “negativas” –las que se sienten desagradables– tienen asociados niveles de vibración bajos, como la tristeza, la depresión, la ira, la impotencia, el odio, el rencor, la culpa, la apatía, etc. En el otro extremo, las emociones “positivas” –las que se sienten agradables– entre las que se encuentran el entusiasmo, la alegría, la pasión, la esperanza, el optimismo, etc., tienen asociados niveles de frecuencia vibratoria altos. Y esas frecuencias vibratorias son como un imán de personas, situaciones y eventos que se correspondan con ellas. Por Ley de Atracción, atraemos aquello que vibra en la misma frecuencia que nosotros. Entonces, el proceso funciona así: si estoy en estado de inconsciencia –que es cuando no me doy cuenta de cómo operan estas leyes–, ocurre un evento, el ego me susurra al oído que lo ocurrido es inaceptable, es decir que surge un pensamiento que genera una emoción (bronca, resentimiento, ira, tristeza) y eso genera una frecuencia vibratoria que atrae eventos, situaciones y personas que sean correspondientes con esa frecuencia. Incluso esa atracción funciona también a nivel pensamientos, cuando tengo pensamientos de baja frecuencia, es más probable que la mente me ofrezca otros pensamientos en la misma sintonía, haciendo que entre en un círculo vicioso. La buena noticia es que también ocurre a la inversa, cuanto más alto vibro, la mente me ofrece más pensamientos que vibren en la misma frecuencia.

Existen múltiples experimentos sobre cómo la influencia de la energía, ya sea a través de palabras o con el simple enfoque del pensamiento, generan diferencias en la imagen de los cristales de agua, como en el caso del experimento realizado por el escritor japonés, Masaru Emoto, donde los cristales sometidos a palabras o pensamientos positivos desarrollaron patrones armónicos, mientras que los otros mostraron patrones totalmente distorsionados. O bien, como otros donde se somete a dos semillas en las mismas condiciones de agua y luz a pensamientos positivos por un lado, e indiferencia por el otro, y como resultado la semilla que recibió la energía positiva brotó y creció mientras que la otra se estancó o directamente murió. Las palabras, así como todo lo que nos rodea tienen una frecuencia vibratoria, por eso es importante prestar atención a cómo nos hablamos a nosotros mismos, y por supuesto a los demás.

Los recientes avances científicos, sobre todo en el campo de la Física Cuántica, nos aportan elementos de prueba de todos estos conceptos que antes estaban reservados al esoterismo y las ciencias ocultas. De todos modos, la mejor verificación para que algo sea considerado como Verdad para nosotros es que lo hayamos comprobado en nuestra experiencia. Las Leyes Universales están allí y operan, en nosotros está el elegir si nos alineamos a su funcionamiento o nos oponemos a él, obteniendo los resultados consecuentes en cada caso.

La energía también se percibe cuando interactuamos con otros: antes de entrar en contacto con alguien, antes de tener una distancia suficiente a nivel físico, nuestros campos energéticos ya se cruzaron y ese cruce de energía genera una sensación de fluidez o de resistencia. Esto lo explica el biólogo celular Bruce Lipton en su libro “La biología de la creencia” con el ejemplo de las ondas en el agua al arrojar una piedra. Si bien la energía es invisible a los ojos físicos, se puede percibir su existencia por las ondas que se generan en el agua, que son el reflejo de la energía que las piedras le transmiten. Con esa premisa, se explica cómo si arrojamos dos piedras de igual tamaño al mismo tiempo, las ondas que generan en el agua –que se denominan “en fase”, es decir, en armonía- suman la energía generada por ambas piedras, generando una energía más poderosa, es decir que se potencian. A esto se le llama interferencia constructiva. Por el contrario, si las piedras se arrojan una después de la otra, las ondas que se generan no están en fase, no están en armonía, y el efecto que se produce es que esas energías se anulan entre sí. A esto se le llama interferencia destructiva.

¿Qué impacto tiene esta información en nosotros? Como somos energía, al juntarnos con otras energías, ya sea de otras personas o cualquier otra fuente de energía como un lugar, una actividad, estar en contacto con la naturaleza, etc. Se produce una interferencia, ya sea constructiva o destructiva. Si la interferencia es constructiva nos sentimos a gusto, sentimos más energía, lo que comúnmente llamamos “buenas vibraciones”. Por el contrario, si aquello con lo que entramos en contacto –puede ser un lugar que nos dé miedo, por ejemplo– genera una interferencia destructiva nos sentimos a disgusto, más débiles, lo que solemos llamar “malas vibraciones”. En este punto es importante hacer una aclaración: no propongo que si hay interferencia destructiva significa que la otra persona sea “mala”, simplemente que su energía no es igual, no vibra en la misma frecuencia que la nuestra. Es un sistema de guía que, si le prestamos atención, podremos contar con una brújula que nos indique por dónde nos conviene ir.  De hecho, es la forma en que se comunican todos los demás seres vivos que no cuentan con el lenguaje, a diferencia de nosotros. Es lo que llamamos “instinto”. Nosotros también lo tenemos, sólo que al aprender a comunicarnos a través del lenguaje esa herramienta fue quedando en desuso. El riesgo es que el lenguaje está sujeto a manipulación, lo cual no ocurre con la energía, porque la sentimos en nuestro interior. Nuestro corazón lee vibraciones; si nos sentimos a gusto con alguien o algo, es que estamos vibrando en armonía con esa persona o situación. Por el contrario, si nos sentimos bajos de energía en un lugar o con determinada compañía, es señal de que no es lo más conveniente para nosotros. A partir de contar con esa información, tenemos la oportunidad de tomar acción. Asimismo, antes de interactuar con otra persona, nuestras energías ya se conectaron, intercambiando información; por lo cual, si lo que digo con mis palabras es incoherente con la energía que emano, la otra persona va a prestar más atención a la energía que a mí discurso. Mi energía me antecede, es mi carta de presentación.

Así también, somos responsables de cuidar nuestra energía, prestando atención a cómo nos sentimos en cada situación, lugar o compañía. Es importante aclarar nuevamente que no estoy planteando un juicio de valor, mi propósito es simplemente descriptivo. Social y culturalmente, cuando una persona está “vibrando bajo”, es aceptado, por empatía y compasión, “bajar” a su nivel vibratorio, escuchar su drama y tratar de dar contención. Sin embargo, esa acción tiene una consecuencia para la persona que brinda su asistencia: probablemente genere que su vibración baje también ya que va a conectar con el pensamiento de la otra persona que la llevó a bajar su frecuencia vibratoria, con lo que no le estaría haciendo realmente un favor, ya que ahora estarían los dos vibrando bajo. Desde mi punto de vista, lo mejor que puedo hacer es, en primer lugar, tomar consciencia de la situación para no entrar en pensamientos que bajen mi vibración. Y en segundo lugar, luego de animar a la persona a que valide sus propias emociones –ya que negarlas llevaría a agravar la situación–, se podrían ofrecer pensamientos de vibración más alta que funcionen a la manera de “soga” para que la persona pueda moverse al menos un poco de su enfoque, o hacerle preguntas que lo ayuden a cuestionar lo que piensa. Pero siempre teniendo en cuenta la escala de frecuencias, ya que una persona que está vibrando en desvalorización no puede –por distancia vibratoria– acceder a pensamientos de optimismo. Sí podría, por ejemplo, pasar a pensamientos de enojo, y así poder empezar a subir en la escala. También es importante desapegarnos del resultado, ya que, al no estar accesibles pensamientos más altos, puede que recibamos resistencia o rechazo. En este punto es importante respetar la vivencia de cada persona, en la comprensión de que la experiencia que esté atravesando es necesaria para su proceso evolutivo. Puedo estar al servicio, que consiste en ofrecer información, pero recordando que el camino es individual, por lo que no podemos hacer el entrenamiento por la otra persona. Al estar conscientes de que podemos recibir rechazo y resistencia, eso nos permite evitar caer en el drama y mantener nuestra frecuencia vibratoria, que es, en definitiva, nuestra responsabilidad con nosotros mismos. También es importante estar atentos a los “vampiros de energía”, que no lo hacen de manera consciente –por supuesto–, pero que no buscan subir en la escala emocional, sino que sólo buscan a través de su drama, nutrirse de la energía de los demás. No buscan cambiar, sino sólo descargarse y subir su frecuencia vibratoria tomando la energía de otros. En estas situaciones es mejor mantenerse alejados, pero de no ser posible, existen herramientas energéticas para cerrar nuestro campo y así mantener nuestros niveles de energía vital.

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